sábado, octubre 13, 2007

“La Calesita”

Hoy sin quererlo, de puro curda no más, te encontré . mi vieja y amada calesita. No eras “La Calesita” de Mores y Cátulo Castillo. Tú no llorabas, ni estabas plantada en una “esquina sombría”, pero en el recuerdo ambas se confundían.

Había matado penas en alcohol y salí a caminar sin rumbo fijo, hasta que pude ver que junto al viejo molino, estabas vos. y entonces por un rato fue “cuando a tu lado, tirado, tuve mi corazón”.

Me detuve a conversar con vos, “vieja amiga” y recostado en el poste de la sortija, te envolví en una mirada que encerraba ensueños de tiempo. Eras vos, la misma, la de antes, la que en mi barrio iluminó la esquina y desde purrete me regaló tangos.

- ¿Te acordás algunos de sus nombres? - Yo sí. No los olvido. Los tocaba “De Angelis”: “Marioneta”, “Como se muere de amor”, “Bajo el cono azul”, “Mi novia de ayer”, “Cero al as”, “Parece un cuento”. “El vals de la noche buena”, “Altar sin luz”, “Así es Ninón”, “Remolino”, “Jirón porteño”, “Rosicler” ...... ¿Viste calesita. Viste que me acuerdo?. Eran discos que desempaquetaban las voces de Floreal, Dante y Martel.

Por eso, solamente por eso, “Sigue llorando el tango y en la esquinita palpita, con su dolor de fango la calesita...”

De “sotamanga” embroqué tu bocha de madera lustrada, con sabor y forma de pera. Hoy el viento y el vino, hacen que la escuche contarme cada una de las veces que me negó su sortija. Me habla de celos, de aquellas pibas del barrio y de su dolor de sentirse siempre manoseada, con el único fin de robarle su joya de acero. Quise acariciarla pero ella me cortó el rostro murmurando un: - ¡ Ya es tarde ! .


Sentí un sudor frío en mis manos, que pronto buscaron abrigo en los bolsillos de la campera de cuero. Quise besarla, pero prontamente se defendió, tal como antes, ayudada por la mágica prestidigitación de un ser inexistente. Rápida como siempre, se soltó de las cadenas que la sujetaban y rodó por el pasto húmedo, perfumado. La alcé entre mis brazos, levanté la lona que cubría la calesita y la dejé durmiendo en el asiento del cisne de lata plateado que me miró de reojo sin decir palabra, en tanto también yo, acaricié su cabeza en silencio.

Más atrás, una yunta de corceles me guiñaron un ojo y me saludaron. - “Vos otra vez por acá” dijo uno de ellos y el otro agregó sarcásticamente: - “Nosotros sabíamos que volverías cuando el cansancio de la vida invadiera ya no tu cuerpo, sino tu alma ; a lo cual repliqué: – “Así que ahora la van de filósofos. Pensar que cuando los conocí, parecían solamente “machietas” trasladadas desde el escenario de un teatro lírico de segunda” y ya en franco arrebato de una venganza que sonaba a pena, me paré bien junto a ellos; los miré desde arriba y les espeté un crudo y mentiroso: - “ Siempre los vi como unos caballos de establo real, venidos a menos”. Mis palabras laceraron sus "babillas" y a un mismo tiempo, ambos cerraron los ojos para continuar durmiendo su sueño de madera.

El pequeño auto pintado de azul, con capó amarillo, sonrió al verme y quizás por llevarle la contra a los caballos, encaró el reencuentro de manera distinta.

- “¡Hola campeón!” gritó y enseguida agregó - “Todavía recuerdo las carreras que ganamos juntos, cuando vos te sentías Fangio y yo una veloz Maserati”.

Fue entonces que noté un efecto distinto del vino y trastabillé, pero pronto me rehice y con aire canchero y sobrador, pero sufriendo por dentro los años, le respondí: - “¿Te acordás? . Eran carreras que duraban lo que tardaba en apagarse un tango apresurado. ¡Cuantos finales festejé, parado en tu asiento y con las manos en alto, triunfos de papel, que luego nunca pude repetir en mi vida, porque como ya lo glosara “Marvil”: “La vida me engañó, la vida me mintió, al ofrecerme un mundo color rosa. Iluso la soñé, temblando la esperé, haciéndome la vida más hermosa. La dicha me sonrió y ciego la seguí, pero ella se burlaba de mi corazón. La dicha nunca vino hasta mi olvido, la vida me ha mentido, la vida me engañó”.

¡Autito mío!. Con la sinceridad de una íntima borrachera puedo hoy confesarte que yo me refugiaba en vos, sólo cuando ya no podía sacar la sortija y me sentía vencido por el “otro” que la sacó primero o por Don Luis que afanoso por laburarse a la vieja, se la “entregaba” dócilmente a la nena de trencitas rubias.

Entonces, el auto de lata y madera me respondió: - “Lo sabía”. – “A mí nunca me engañaron. Siempre supe que para ustedes yo era el refugio después del fracaso. Pero no me importaba, lo mismo me sentía feliz con sus gritos, con sus saltos y con las caricias que recibía mi volante al tomar contacto con sus manos de muchachos puros y buenos”. Y luego agregó: “No olvides que ustedes sólo eran un episodio en mi vida diaria. Yo también disfrutaba con los niños más pequeños que me elegían para dar la vuelta, cuando aferrados al volante, lo sacudían como queriendo partirlo, haciendo brotar de sus gargantas un inocente “bbbrrruuuu....”. “Ellos no pensaban ni deseaban la sortija, solamente querían ser parte del sagrado bullicio de la calesita”.
Antes de seguir mi camino, lo acaricié y le palmeé el capó, a la vez que susurré un - “Hasta otro día, amigo”. Él me respondió con un nostálgico: – “Adiós .

El bote y el avión me miraron extrañados cuando me acerqué a ellos. ¿“Que sucede que ahora te fijás en nosotros”? , dijo el aeroplano, en tanto el agitado aire de mi respiración movía su hélice. Lo miré y no respondí. Sólo atiné a pensar para mis adentros: “Este guacho tiene razón”.

No quise explicarle en ese momento el porque de aquella lejana indiferencia hacía ellos. ¿Cómo podíamos nosotros en ese entonces, “machos en ciernes”, acercarnos a esos artefactos pacíficos y sin gracia, que siempre eran ocupados por bebés acompañados por madres, tías o abuelas. Con todo, algunas veces, cuando al "infante" lo acompañaba la hermanita mayor, recuerdo que yo me acercaba y aferrado al barrote más cercano, luchaba con Don Luis para ganar la sortija y de pasó hacerme ver, no precisamente del bebé. Por eso, no quise seguir de largo sin antes volver a acariciarlos con mis manos, las que ya no estaban húmedas; ahora solamente temblaban.

Descendí tambaleando de la plataforma de madera. Bajé, no recuerdo como, la lona y todas esas cosas bellas quedaron a oscuras, también mi mente.

Quise apurar el paso para alejarme cuanto antes, pero esta vez no fue la “resaca”, sino las sombras del tiempo las que me lo impidieron.

Lentamente fui dejando atrás la vieja calesita y cuando estaba llegando al extremo del parque, las notas de un tango invadieron el ambiente.

"Llora la calesita

de la esquinita sombría,

y hace sangrar las cosas

que fueron rosas un día".

Calesita y tango, mezcla porteña de sublimes recuerdos, esos mismos que eternizan el tiempo y hacen latir fuerte al de la zurda. .

José Pedro Aresi

(Año 2006).

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